– Caracol, Centro-Periferia, 2013
"Caracol"Center-periphery, 2013
Movimientos centrífugos; dialéctica del centro-periferia.
Esta crónica-ensayo visual podría corresponder a un proceso de aproximadamente veinte años, en que constantemente me preguntaba por qué un lugar tenía como representación sígnica la homosexualidad en Puente Alto. Ahora pretendo decantar aquellos cuestionamientos en algunos registros de uno de los caracoles más famosos de la cultura puentealtina, proponiendo generar una analogía entre su conformación arquitectónica y la tipología de sus usuarios-habitantes. Aquí nos localizamos en el centro de la comuna, lugar donde a cuadras de su plaza principal cursé toda la enseñanza básica y media.
a. Vista Google Maps Caracol - Centro Comercial Plaza
b. Plano Caracol - Centro Comercial Plaza
El Colegio Domingo Matte Mesías (1935-), pertenecía a uno de los establecimientos más antiguos del sector. Se catalogaba como un colegio particular-subvencionado, católico y que históricamente había sido dirigido por curas o diáconos. Desde mi ingreso a este colegio, siempre me llamó la atención una broma o insulto que se encontraba instaurada en nuestros embrionarios imaginarios, constituido principalmente por nuestras enseñanzas familiares y expresamente por la convivencia social que allí se desplegaba. Uno de los insultos o calificaciones más recurrentes desde segundo o tercero básico era mencionar el caracol de la plaza; “anda al caracol”, “te lo cortaste en el caracol” o “este va al caracol”. La condición intrínseca de dicho insulto debía comprender la integración de la palabra caracol como una inscripción negativa, que con su posterior insistencia en el lenguaje de mis compañeros, pude aclarar que comprendía aquel básico “maricón” chilensis. Por aquellos años (1996-97) teníamos el caracol como una representación simbólica de la homosexualidad. Decir “anda al caracol” devenía inmediatamente en calificarte como uno de ellos, hacerte parte de una marginalidad instaurada históricamente en la comuna. Como es de esperar, por aquellos años recién estaba entendiendo qué significaba ser homosexual, por lo cual –y como debe haber ocurrido en un gran porcentaje de los homosexuales– siempre me retraje a relacionarme con el término, y aún más con el lugar.
Debido a que este caracol se encontraba en el sector más céntrico de la plaza de Puente Alto, constantemente tenía que enfrentarme a él. Utilizaba esos momentos para inspeccionar visualmente –y con una gran distancia– qué es lo que había allí. El caracol de Puente Alto, o más bien el Centro Comercial Plaza (Avenida Concha y Toro #201) estaba conformado por una gran cantidad de peluquerías que –en su gran mayoría– eran atendidas por travestis de las comunas de Puente Alto, San Bernardo, Pirque, San José de Maipo y La Florida. Este centro neurálgico se transformó históricamente en un espacio de cobijo para la comunidad travesti y transexual, atribuyéndole a él la posibilidad de incorporación social por medio del oficio de la peluquería.
Al ingresar a este espacio es posible encontrar un florido panorama cubierto de innumerables gráficas y tipografías que pretendían captar algún cliente con nombres sofisticados como Salón de belleza o de estética: Jordano, Madonna, América, Jean Paul, Imperios, Benamy, Haway, entre otros. Aquí la gran mayoría eran atendidos por travestis del sector que comúnmente deambulaban por los alrededores donde era posible constatar una gran diferencia entre sus atuendos y performance, dentro y fuera del caracol.
Dentro de los innumerables locales me encontré con que el nombre de Jordano era el más repetitivo, y claro, este pertenecía a una especie de local o cadena de locales que dentro del propio caracol pertenecían al mismo Jordano. Nombre-ficción del género masculino que cargaba históricamente un peso colisón de los años 80 – 90. Aquí, trabaja Yuly, peluquera transexual que se especializaba en color y extensiones. Su propia habilidad transformadora permitía tapar una prominente calvicie con unas mágicas extensiones de su propio cabello. Si no fuera por aquel exceso de testosterona que produce aquella caída, sería muy difícil notar aquel truco-transformador que acompañaba visualmente la mejor versión de ella misma.
Con Yuly fue posible ingresar y recorrer este espacio. A partir de una de las arquitecturas más emblemáticas de los años 80 en nuestro país (Galerías - Caracol), era posible condensar en un pequeño terreno cuadrado una pasarela circular de al menos seis pisos. Allí se encontraban pequeños sub-espacios que permitían un despliegue ciego de aquello que no calzaba con la normalidad instaurada en las calles aledañas. Concentrando un mundo –y sus submundos– a través de pequeños cubículos que se concedían como única posibilidad de socialización con su entorno. Tras subir y bajar varias veces el caracol, fue posible comenzar a relacionar su disposición arquitectónica-formal con una especie de simbolismo otorgado por medio de aquel movimiento centrífugo a través del insistente recorrido.
Dialéctica centro-margen
Las formas de habitar –y a su vez de recorrer una obra arquitectónica– no se presentan como un problema muy nuevo, ya en los años 60 diversas escuelas de arquitectura problematizaban sus modos de habitar. El propio Le Corbusier afirmaba que “era necesario adecuar la arquitectura a las formas de vida contemporáneas de los hombres de cada tiempo histórico y de cada lugar de la tierra” (Le Corbusier en Sarquis; p. 2).
Aquí, la arquitectura de las galerías –en formato de caracol– podían estar cumpliendo un rol particular a la forma o a los mecanismos de visibilización del comercio que se realizaba a fines de los años 70 en Chile. Otorgando una visión panorámica a sus usuarios a través de la disposición de los locales en los márgenes concéntricos del espacio, que a su vez provocaba una especie de visión totalizadora y ampliada del contenido ofertado. Por otro lado, el movimiento circular y hacia su exterior (Centrífugo) pareciera que expulsara agresivamente restos y desechos hacia estos márgenes concéntricos, construyendo una especie de muro periférico-marginal. Es por ello que el desplazamiento por medio de esta arquitectura se presenta de forma particular para sus usuarios, produciendo una vivencia espacial muy bien definida y controlada para quienes lo habitan como para aquellos que lo recorren.
En la propia teoría de la urbanización se define que el movimiento centrífugo se caracteriza por conformar una sub-urbanización o contra-urbanización, caracterizada por una estructura muy poco planificada y definida. De hecho, “Ha sido tradicional que los estudiosos de las ciudades latinoamericanas hayan descrito su crecimiento demográfico y geográfico como un movimiento espacial centrífugo hacia la periferia, en condiciones de baja densidad y con un predominio de familias nuevas de extracción popular.” (Brain, Prieto y Sabatini; p.113). Esta condición kinésica-espacial otorga características muy bien definidas a aquellos que son arrojados por medio de este movimiento, generando una polarización altamente cargada de características antagónicas. Este tipo de fenómenos es estudiado por la ciencias sociales a través de la segregación socioespacial; proceso que define la tipología de personas que viven y/o interactúan en un espacio, generando una apropiación espacial según las características –sociales, económicas, religiosas o étnicas– que comparten entre individuos. Este conjunto de características son definidas como vínculos, y definen la forma en que habitan. Según distintas posiciones teóricas es posible observar dicha segregación como un proceso positivo o negativo; por un lado, algunos estudiosos la observan como un fenómeno natural que no debe ser intervenido, y por otro, nos enfrentamos a posturas más críticas que proponen una intervención de aquellos procesos, optando por combatir la desintegración social que generan estos aislamientos. Dentro de esta última postura –y en la cual nos posicionamos– se considera como compleja esta polarización, principalmente debido a que los grupos marginales –localizado en las periferias– tienen menos posibilidades de movilidad e integración social.
Aquí, es posible analogar aquel desplazamiento como la fuerza normalizadora que insistentemente nos propone una rúbrica –que condiciona un tipo de inserción social o la frustración de su intento por formar parte de una sociedad–. Por otro lado, aquellos locales de peluquería ubicados en este caracol podrían ser considerados como aquellos rastros desplazados por aquel movimiento. Dicha analogía es posible de definir a través de una “dialéctica centro-margen la que comporta una polarización de valores. Los positivos se ubican en el centro, y los negativos en los márgenes. Y hay fuerzas que empujan (…) hacia uno u otro lado.” (Jofré, 1972; 92). Por medio de esta analogía simbólica-espacial, es posible vivenciar aquella exclusión empíricamente a través del recorrido. Aquel sujeto desplazado y arrojado a sus márgenes, se encuentra localizado en un lugar encapsulado, otorgando como única posibilidad un hábitat exclusivo para sus propios devenires. Aquellos cubículos de pocos metros cuadrados –que permiten al menos desarrollar sus oficios– se transforman en celdas como si de un panóptico foucaultiano se tratase. Aquel que se para en el centro, tiene la posibilidad de observar voyerísticamente algo así como un ecosistema conformado y manipulado por la propia historia y los movimientos espaciales que la definen. Aquí el movimiento centrífugo que se adopta al recorrer el caracol, perfila un modo de ver y de vivir a aquellos que lo habitan a través de sus únicas posibilidades de existencia.
Bibliografía.
Brain, Prieto y Sabatini (2010) Vivir en Campamentos. Revista EURE. Vol 36 - Nº 109. Diciembre 2010. PP. 11-14
Jofré, M. (1972). El Motivo del Viaje en Adán Buenosayres, de Leopoldo Marechal. Revista Chilena de Literatura , 0 (5-6) . PP. 73-110
Sarquis, Jorge (2013) Arquitectura y modos de habitar rescatado en https://es.scribd.com/doc/145741189/Arquitectura-y-Modos-de-Habitar-Jorge-Sarquis-1
Caracol - Centro Comercial Plaza
Yuly, Colorista en Salón Jordano